LA HISTORIA
Los primeros en fabricar algo parecido a los jabones de
aceite de oliva fueron los sirios en la ciudad de Alepo. Hace varios miles de
años, aquellos comerciantes y artesanos ya fabricaban su famoso jabón con
aceite de oliva y hojas de laurel.
El clima de Siria es muy variado. La mayor parte del
país es un desierto que favorece la desecación de la piel y facilita las
infecciones, pero en las montañas del norte, donde se encuentra Alepo, y el
oeste del país, crecían espesos bosques mediterráneos en los que predominaba el
famoso pino de su nombre.
En las cercanías de Alepo se encontraban dos productos
naturales de gran valor que podían conseguirse fácilmente: el aceite de oliva y
el laurel. Ambos tienen grandes propiedades culinarias, pero también son
utilizados en cosmética y medicina natural por sus cualidades antioxidantes y
regenerativas. Las mujeres de Alepo se dieron cuenta de que, añadiendo laurel
molido al jabón, las infecciones de la piel se reducían considerablemente, ya
que las hojas de este árbol poseen un antiséptico natural extraordinario.
En la actualidad, Alepo es una de las principales ciudades de
Siria, pero su fama se debe principalmente al maravilloso jabón que a lo largo
de los siglos se ha seguido elaborando en esta región.
La mezcla de grasas hervidas y cenizas, que son los elementos
con los que se fabricaba el jabón en la antigüedad, se encuentran por primera
vez en Babilonia, hace cinco mil años. En Egipto se usaban aceites para
limpiarse los cabellos, pero preferían perfumarse a lavarse. En la Biblia se menciona el uso
de cenizas y aceites para limpiarse el cabello. Los fenicios usaban una mezcla
de grasas y cenizas para limpiar las telas. Los griegos usaban únicamente
aceite, que se quitaban con una especie de raspador que arrastraba la suciedad;
fueron ellos probablemente los que descubrieron la mezcla de ceniza y grasas
animales para fabricar pastillas de jabón, pero son los romanos los
que se achacan el descubrimiento; el historiador y naturalista romano Plinio,
además, menciona en el siglo I los jabones blandos y duros (con sal común)
usados respectivamente por los germanos y galos, y en Pompeya, incluso, se han
encontrado las ruinas de una fabrica de jabón. Estos jabones podían contener
colorantes: eran los llamados rutílandis capíllis, y servían para teñir los
cabellos de brillantes colores.
La leyenda cuenta que unas lavanderas romanas descubrieron
por casualidad el jabón al mezclarse en el mismo río cenizas vegetales y grasas
animales. Hasta ese momento, la ropa se lavaba según un método conocido como
“pies de doncella”, pues las mujeres pisaban la ropa en la corriente del río,
dejando que el agua arrastrara la suciedad.
Con la caída del Imperio Romano, el jabón dejo de usarse,
pero ya en el siglo VII, en Savona, los italianos empiezan a elaborar jabón con
grasa y ceniza. A éstos les siguieron los españoles, que desarrollaron el
llamado jabón de Castilla, que sustituye la grasa animal por aceite de oliva.
En el siglo VIII, españoles e italianos comienzan a elaborar
el jabón moderno, mezclando grasas animales, sobretodo grasa de cabra, con cenizas,
entre las que cotizaban mas las de haya, por su finura. En realidad, el jabón
podía fabricarse, y de hecho se hacía, artesanalmente, con cualquier tipo de
ceniza y el sebo de los animales mas cercanos. Estos jabones servían para
limpiarse, y la única manera de combatir el desagradable olor a grasa era
añadir plantas aromáticas o flores, como pétalos de rosa, durante la
preparación. Al combinarse con la ceniza( equivalente a la sosa), las grasas se
descomponen en ácidos grasos ( el jabón propiamente dicho) y glicerina que ,
pese a no ser jabón es un buen suavizante.
Hasta el siglo XII, los mejores jabones se preparaban en el
sur de Europa, especialmente en Italia y España, donde era fácil proveerse de
aceite de oliva. En el resta de Europa era común el uso de grasas animales e
incluso de pescado, y los jabones eran de peor calidad. En el siglo XIII, los
franceses empezaron a producir los jabones mas cotizados en las cercanías de
Marsella, gracias al aceite de oliva.
La epidemia de la peste negra del siglo XIV hizo que se
cerraran muchos baños públicos, que no eran raros, en Europa al creerse que
eran lugares de contagio, y el uso del jabón cayo en desuso incluso entre la
nobleza, que prefería embadurnarse el cuerpo de perfumes para evitar los malos olores.
A principios del siglo XVI, la fabricación de jabón toma
impulso con el uso del aceite de oliva y la sosa cáustica, y los ingleses se
lanzan a ello de tal manera que los primeros colonos americanos se llevan
grandes cantidades de este producto en sus primeros viajes. Los puritanos se
acostumbran de tal manera que, al separarse de Inglaterra, empiezan a fabricar
sus propios jabones una vez al año, con el sobrante de la manteca que se ha
usado para cocinar, que se guarda para este fin, y cenizas.
La necesidad de aceite de oliva, propio del mediterráneo,
hace que en Europa vuelva a popularizarse durante el siglo XVI el jabón de
Castilla, que se exporta en grandes cantidades. No tardará en ser desbancado,
sin embargo, por el jabón de Marsella que, teniendo la misma formula, consiguió
hacerse popular en toda Europa y que su nombre llegue hasta el presente.
En el siglo XVII, en vida de María Antonieta, esta de moda el
jabón de Alepo, y también el uso de ceniza para el lavado de la ropa. El método
usado era muy sencillo. La ropa se colocaba en un recipiente, encima se
colocaba una tela, y sobre ella la ceniza guardada o comprada para este fin,
a través de la cual se pasaba agua caliente. Esta agua se recalentaba y se hacia
pasar varias veces, para dejar por ultimo la ropa sumergida en ella asta el día
siguiente.
Este uso de la ceniza
provoco la deforestación de amplias zonas de bosque mediterráneo, debido a la exportación
de la ceniza. Algunos historiadores consideran que tiene mucho que ver con la
falta de árboles en la comarca aragonesa de los monearos, en España, cuyos árboles
convertidos en cenizas se vendían a los franceses para que pudieran realizar la
“colada”, puesto que la Revolución
francesa había acabado con la tala abusiva de los árboles en el país vecino. En
España, la tala se acabaría tras la revuelta contra las tropas napoleónicas.
En 1789, el químico Frances
Nicolás Leblanc, descubre el proceso para obtener el carbonato de sodio que
revolucionara la fabricación del jabón.
Aunque Leblanc se arruino montando en 1791 una fabrica para obtener este producto
industrialmente, el carbonato de sodio o soda sustituiría muy pronto al
carbonato de potasio que se obtenía del
lavado de la ceniza para la fabricación del jabón. Mientras tanto, habrían de
pasar varias cosas: en 1783, el químico sueco Wilhem Scheele había descubierto
por accidente que al hervir aceite de oliva con plomo, se producía una
sustancia dulce que hoy conocemos como glicerina. La glicerina atrae la humedad
hacia la piel, y como descubrió el francés Michel Eugène Chevreul en 1823, es
uno de los productos de la saponificación, la unión de un aceite graso (sebo o
aceite) con un álcali (carbonato, hidróxido o lejía de sosa), para la fabricar jabón.
Cuando un jabón se
empieza a producir industrialmente se prepara en grandes calderas llamadas “ de
plena cocción”, en las que se calientan la grasa y la sosa cáustica para
producir la saponificación. Después se extrae la glicerina, que se vende por
separado.
Otro proceso incluye la neutralización
del acido graso resultante con carbonato de sosa, permitiendo el aprovechamiento de la glicerina. Con el
tiempo, se desarrollaron varios métodos cada vez más eficaces, todos ellos
industriales